Eclesiástico 23

← Volver al índice de Eclesiástico

← Volver al índice de libros

1 ¡Oh Señor, padre y dueño de mi vida, no me abandones al capricho de mis labios; no permitas que me hagan caer!

2 ¿Quién aplicará el látigo a mis pensamientos, y a mi corazón la disciplina de la sabiduría, para que no queden impunes mis faltas, ni se pasen por alto mis pecados?

3 No sea que mis errores aumenten y abunden mis pecados; no sea que yo caiga ante mis adversarios y el enemigo se burle de mí.

4 Señor, padre y Dios de mi vida, no permitas que mis ojos sean altaneros,

5 y aparta de mí los malos deseos.

6 Que la sensualidad y la lujuria no se apoderen de mí; no me dejes caer en pasiones vergonzosas.

7 Escuchad, hijos, mi enseñanza; el que la guarda no caerá en la trampa.

8 El pecador se enreda en sus propios labios; el calumniador y el soberbio también tropiezan en ellos.

9 No acostumbres a jurar, ni te habitúes a nombrar al Santo.

10 Porque, igual que un criado continuamente vigilado no quedará libre de golpes, así el que jura y nombra a Dios a todas horas no se verá libre de pecado.

11 El hombre que mucho jura, se harta de maldad, y no se apartará de su casa el látigo. Si se descuida, su pecado le cae encima; si jura a la ligera, peca dos veces; si jura en falso, no será perdonado, y su casa se llenará de desgracias.

12 Hay palabras equiparables a la muerte; ¡que no se oigan nunca en la heredad de Jacob!, pues los piadosos rechazan estas cosas, y no se revuelcan en los pecados.

13 No acostumbres tu boca a groserías indecentes, pues hay palabras que son pecado.

14 Acuérdate de tu padre y de tu madre, cuando te sientes entre los poderosos, no sea que te olvides en su presencia, y, comportándote como un necio, llegues a desear no haber nacido y a maldecir el día de tu nacimiento.

15 El hombre habituado a insultar no se corregirá en toda su vida.

16 Dos clases de gente multiplican sus pecados, y una tercera provoca la ira divina:

17 el sensual que arde como el fuego, que no se apagará hasta consumirse; el lujurioso con su propio cuerpo, que no cejará hasta que el fuego le abrase; para el lujurioso cualquier pan es dulce: no descansará hasta que haya muerto.

18 El que es infiel a su esposa y dice para sí: «¿Quién me ve?; la oscuridad me envuelve, las paredes me encubren, nadie me ve, ¿qué he de temer? El Altísimo no se acordará de mis pecados».

19 Sólo teme los ojos de los hombres; no sabe que los ojos del Señor son diez mil veces más brillantes que el sol, que observan todos los caminos de los hombres y penetran los rincones más ocultos.

20 Antes de ser creadas, el Señor conocía todas las cosas, y, después de acabadas, todavía las conoce.

21 En las plazas de la ciudad ese hombre será castigado, será detenido donde menos lo esperaba.

22 Lo mismo la mujer que ha sido infiel a su marido y le ha dado como heredero el hijo de otro hombre.

23 Primero, ha desobedecido a la ley del Altísimo; segundo, ha faltado a su marido; tercero, se ha prostituido en adulterio al tener hijos de otro hombre.

24 A ésta la llevarán ante la asamblea e investigarán sobre sus hijos.

25 Sus hijos no echarán raíces, sus ramas no darán frutos.

26 Dejará un recuerdo maldito, y su infamia no se borrará.

27 Los que vengan después de ella reconocerán que nada es mejor que el temor del Señor, nada más dulce que guardar sus mandamientos.